Cuando mi hija Alexandra estaba en tercero de primaria Anastasiya, una compañera de la clase cuyos padres llegaron a Barcelona huyendo de la guerra en Ucrania, descontinuó su amistad con mi hija. Alexandra estuvo muy triste con la evolución de esa amistad, ya que fueron inseparables durante los primeros dos años de Anastasiya en España. Se entendieron desde el principio y Alexandra la acompañó hasta que aprendió a hablar castellano. Con el paso del tiempo Anastasiya, como es natural, empezó a relacionarse más con otras nenas de la clase hasta que eventualmente dejó de priorizar su amistad con Alexandra.
Un día viendo a mi hija triste le pregunté y me contó que Anastasiya le estaba haciendo cortina de pelo. Le pregunté en que consiste la cortina y me explicó que es cuando no quieres escuchar que alguien te habla y para no tener que prestarle atención ladeas la cabeza haciendo un movimiento del cabello que crea una especie de cortina que bloquea la vista de tu cara. Imaginé el largo y rubio cabello de Anastasiya como una cortina infinita, ondulando como una cascada hombros abajo y bloqueando la mirada de mi hija. Le expliqué a mi pequeña que a veces las amistades evolucionan, que van cambiando y hay que dejar ir, por más que nos duela en el momento.
Semanas después le pregunté a Alexandra como lo llevaba y me confesó que tras varios intentos de hablar con Anastasiya se dio cuenta de que una conversación no cambiaría nada, porque las prioridades de su amiga estaban en compartir con sus nuevas amistades. Le pregunté a mi hija si necesitaba ayuda para sentirse mejor y me respondió: "no mami, he intentado hablar con ella pero si no le interesa no hay nada que hacer. No te preocupes por mi mami, yo se que la vida son etapas."
Esta escena quedó grabada en mi mente y esta historia la he contado muchas veces. Sin embargo, cuando recientemente tuve la sensación de que una amiga no priorizaba nuestra amistad no reconocí en mi tristeza y frustración la lección que me había enseñado mi hija. Realmente la vida son etapas y todos tenemos las prioridades que corresponden en el momento que estamos. La gestión está en entender que si el compartir una amistad no fluye pueda ser que no toca. Por lo menos no en ese momento.
Anastasiya actuó acorde con sus prioridades del momento. Era lo correcto y correspondía que mi hija lo aceptara. Con 52 años me costó entender lo que mi hija de 8 vio con tanta claridad; que las cosas no se han de forzar. Que en la amistad se da y se recibe libremente.
Igual de libremente somos llamados a dejar ir por momentos para poder retomar los vínculos cuando el momento así lo permite.


