Tres años después de graduarme del programa de cáncer del hospital St. Pau, sigo viendo a mi psico oncóloga por privado. Al acabar el tratamiento reconocí que el trabajo espiritual y mental del post-cáncer sería mucho más extenso que el periodo de la quimio y radio y por lo tanto me propuse continuarlo.
Estoy feliz con la terapia. Siento que me ayuda a destapar y entender los misterios de mi interior. ¡Gracias cáncer por todo lo que me vas enseñando aun. Gracias por la oportunidad de vivir esta versión 2.0 de mi misma!
De forma bastante regular uno de los temas que ocupan mis sesiones con la psicóloga es mi relación con Stefan, el padre de mi hija. He pasado por varias etapas de sentimientos hacia esta relación: la atracción, el desengaño, el miedo, la rabia, la indignación, el cansancio mental, el odio, el resentimiento, la negación, etc.
La semana pasada Stefan hizo algo que despertó en mi un malestar inmenso. Entró en casa sin pedir permiso, sin comentarlo después, sin excusarse. Hace ya varios años después de algunas escenas desagradables cambié el cerrojo de casa y le prohibí entrar.
Pero el otro día mi hija se llevó sus llaves con ella y por primera vez el padre la dejó en casa sin haber llegado yo aún. La nena le pidió de entrar porque le quería mostrar las plantas grasas que sembró en el balcón y Stefan no tuvo mejor idea que entrar en casa y pasar por mi habitación para ver las 3 plantas recién sembradas a una maceta del balcón.
Llegué a casa ni una hora después y sentí de inmediato la presencia del padre que tal vez estuvo sólo unos minutos y ya había marchado. Sólo al pensar en su cuerpo dentro de mi casa me entró una sensación de pánico.
Unos días después, en mi sesión le comenté a la psicóloga esta reacción que determinamos es irracional. Al ahondar en esta sensación de sentirme invadida y aviolentada en un espacio que se supone es mio y seguro reconocí que tiendo a trasladar mi sensación de inseguridad en casa, de cuando era pequeña hacia la figura del padre de mi hija. La psicóloga afirmó que ciertamente lo que hizo Stefan no es correcto pero me invitó a observar otra vertiente de esta interacción que es aún más interesante: MI PROPIA REACCIÓN.
De repente entendí las muchas sensaciones incómodas y descolocadoras que siento al interactuar con el padre de mi hija. Comprendí que la Albasarí de los 5, 10 y 14 años aún sufre y se siente desprotegida. Tuve pena por ella. Le abracé. La quiero. Y sobre todo le di gracias a Stefan por despertar estas sensaciones en mi y ayudarme a entenderme.
Gracias Stefan. Eres perfecto para mi. Me has ayudado a comprender.
Hoy hablé con Stefan al teléfono y me hizo uno de sus comentarios que hasta ahora me producían rechazo y repelús. Sentí alivio por entender mi reacción. Me reí. El echó a reir también y me dijo que jura que sus comentarios no van a mal. Le creo. Es un crio. Muy inmaduro. Pero no malévolo. No es mi padre, no es mi padrastro. Pero está en mi vida para ayudarme a trabajar ese pasado difícil.
Hace años la psicóloga me ofreció una versión que no recuerdo exactamente de la siguiente oración para la gestión de los momentos difíciles con esta figura de padre que tendré en mi vida para siempre: "te perdono, me perdono. Eres perfecto para mi. Soy perfecta para ti. Gracias Stefan."